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Ludwig Andreas Feuerbach (28 de julio de 1804 – 13 de septiembre de 1872) fue un filósofo alemán, antropólogo, biólogo ycrítico de la religión. Es considerado el padre intelectual del humanismo ateo contemporáneo, también denominado ateísmo antropológico. Para él la inmortalidad es una creación humana y constituye el germen básico de la antropología de la religión.1
El materialismo crítico de Feuerbach tendrá un efecto profundo tanto en el pensamiento de Max Stirner (1806-1856) y Bakunin(1814-1876) como en las teorías de Marx (1818-1883) y Engels (1820-1895) y, en general, en todo el denominado materialismo histórico.
La teoría de la religión de Feuerbach[editar]
En el año 1841, Feuerbach publica La esencia del cristianismo, obra con la que su autor se convertirá en un referente para la izquierda hegeliana representada por el teólogo David Strauss, quien en su obra La vida de Jesús consideraba que los evangelios eran relatos míticos.
La filosofía de Feuerbach se inicia en discusión abierta con la teología. A diferencia de Hegel, entenderá que la filosofía es completamente independiente de la religión; la filosofía tiene como tarea criticar la religión y no fundamentarla. En el centro y como eje de su pensamiento instala al ser humano y por lo tanto a la antropología. Es heredero de la tradición humanista. Sostiene Feuerbach que los anhelos y las pretensiones e ideas religiosas son una característica específica del ser humano por lo que la religión quedaría inscrita en la antropología, la cual debe explicarla.
Sus concepciones fundamentales en términos de crítica a la religión, pueden ser reducidas a estas fórmulas:
La religión es la reflexión, el reflejo de la esencia humana en sí misma ... . Dios es para el hombre el contenido de sus sensaciones e ideas más sublimes, es su libro genérico, en el cual escribe los nombres de sus seres más queridos.2
La evolución del pensamiento de Feuerbach queda evidenciada en la frase siguiente:
Mi primer pensamiento fue Dios, el segundo fue la razón y el tercero y último, el hombre.3
Para Feuerbach el hombre ha realizado el mismo camino: primero creó a Dios y más tarde entendió que su conocimiento no era nada más que un peldaño en el propio conocimiento del hombre.
Feuerbach, al considerar a Dios una creación humana, niega su existencia de la manera en la que lo concibe la teología cristiana. También negaba el idealismo, que pretende suplantar el hombre real -corporal y sensible- por el 'espíritu' y la 'razón'.
Para Feuerbach, por tanto, no es Dios quien ha creado al hombre a su imagen, sino, a la inversa, el hombre quien ha creado a Dios, proyectando en él su imagen idealizada. El hombre atribuye a Dios sus cualidades y refleja en él sus deseos no realizados. Así, enajenándose, da origen a su divinidad. Pero, ¿por qué lo hace? El origen de esta enajenación se encuentra en el hombre mismo. Aquello que el hombre necesita y desea, pero que no puede lograr inmediatamente, es lo que proyecta en Dios. La palabra Dios tiene peso, seriedad y sentido inmanente en boca de la necesidad, la miseria y la privación. Contra lo que pudiera creerse, los dioses no han sido inventados por los gobernantes o los sacerdotes, que se valen de ellos, sino por los hombres que sufren. Dios es el eco de nuestro grito de dolor.
Feuerbach califica de giro decisivo de la historia al hecho de que el hombre reconozca abiertamente que la conciencia de Dios no es más que la conciencia de la especie. Homo homini deus est (el hombre es dios para el hombre).
Cuanto más engrandece el hombre a Dios, más se empobrece a sí mismo. El hombre proyecta en un ser ideal (irreal) sus cualidades, negándoselas a sí mismo. De este modo, reserva para sí lo que en él hay de más bajo y se considera nada frente al Dios que ha creado.
Concepto de enajenación (alienación)[editar]
De su crítica a la religión se desprende el concepto de alienación o enajenación, tal vez el más influyente de su obra. Él parte de una inversión de los términos: el sujeto por el predicado. Dios no crea al hombre, el hombre crea a Dios proyectándose y proyectando sus mejores atributos en él. Es, entonces, simplemente un producto del hombre. Pero este producto se vuelve ajeno a su productor y lo domina. Las propiedades del hombre se enajenan en Dios, el objeto aparece con vida propia y domina al sujeto. Para Feuerbach, esta enajenación estaba en la conciencia humana, y un simple acto de la misma podía resolverla.
Karl Marx retoma este concepto y lo amplía en sus Manuscritos económicos y filosóficos de 1844. Para él, la enajenación humana no se encuentra solamente en el plano de la conciencia, sino en el plano real. Ahora el hombre se enajena en el trabajo, y para resolver esta enajenación se necesitan acciones prácticas, una filosofía de la praxis.
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